Esta mañana me he mirado en el espejo.
Como muchas mañanas, pero hoy he sentido que, más que un reflejo, lo que veía era una evaluación.
¿He dormido bien?
¿Estoy con buena cara?
¿Me veo como “tengo que” estar?
Y me he dado cuenta de que, incluso en los momentos de más autocuidado, hay una parte de mí que sigue juzgando.
Como si cuidar de una misma no fuera suficiente… si no se nota por fuera.
Y entonces me he parado.
Porque, si lo que vemos es solo una máscara de bienestar… ¿realmente nos estamos cuidando?
Estos días leí un artículo que me hizo pensar: “Qué hacer cuando la obligación de estar guapo y saludable se convierte en un lastre” – El País
Y pensé:
Qué fácil es que el autocuidado se convierta en otra forma de exigencia.
Que lo que empezó como una forma de escucharte… acabe siendo otra lista de deberías.
Yo confieso.
Tengo migrañas desde hace años.
Y desde hace unos meses, convivo con SIBO.
Lo que implica que mi cuerpo me pide que le escuche a diario. Que le respete. Que no me pase de la raya con la comida, el ritmo o el estrés.
Y no siempre lo consigo.
Hay días en que me salto las pautas.
Otros, en los que me exijo rendir como si no pasara nada.
Y otros en los que todo va bien, y sin embargo, aparece la culpa: ¿estás haciendo suficiente?, ¿estás cuidándote “como deberías”?
Dicen que el bienestar se construye.
Pero a veces parece que también se exige.
Comer sano, hacer ejercicio, meditar, tener buena cara…
Y hacerlo bien. Siempre bien.
Y eso, a veces, agota.
Porque, además, soy psicóloga.
Y parece que las psicólogas no solo tenemos que estar bien…
Sino también parecerlo.
Y entonces recuerdo una escena de Come, reza, ama.
Liz (Julia Roberts) está en una barbería de Roma con su amiga.
Observan cómo los hombres italianos se relajan, charlan, leen el periódico, se toman su tiempo.
Y entonces uno de ellos le explica algo que allí es cultura:
“Il dolce far niente” – El placer de no hacer nada.
Nada más.
No hacer. No justificar. No rendir.
Solo estar.
Sentarse. Respirar. Dejarse ser.
¿Y entonces?:
¿Cuántas veces, incluso cuando paramos, lo hacemos con culpa?
¿Cuántas veces convertimos el descanso en tarea, el placer en autocontrol?
Porque no es solo que necesitemos parar.
Es que necesitamos parar sin exigencia.
Sin tener que ganarnos el descanso.
Sin que haya que compensarlo después.
Esa escena es una invitación.
A soltar. A disfrutar. A recordarnos que el bienestar no siempre se construye haciendo.
A veces, se encuentra cuando dejamos de hacer.
Y en esa barbería, con esa charla, hay algo más que risas y conversación trivial: hay permiso.
Permiso para no rendir.
Para no justificarse.
Para disfrutar sin culpa.
Y pienso en lo lejos que estamos, a veces, de eso.
Porque hemos convertido el bienestar en una nueva exigencia:
— come bien, pero sin ansiedad
— haz ejercicio, pero no te obsesiones
— medita, pero no te distraigas
— sonríe, pero que sea auténtico
Y así, incluso cuidarnos se convierte en una nueva forma de no llegar.
Cuando el autocuidado se vuelve exigencia, incluso lo que nos hacía bien puede dejar de nutrirnos.
Lo he notado con mis propios hobbies.
Aquellos que antes me entusiasmaban, si los convierto en obligación, se vacían de sentido.
Porque cuando algo que te apasiona se transforma en otra casilla más de tu lista, deja de ser refugio… para ser otra trinchera.
Y en esos momentos, la clave no es forzarlo.
Es fluir.
A veces, lo que necesitamos no es insistir… sino escuchar.
Tal vez ese libro que antes te encantaba, hoy no te dice nada.
Tal vez caminar, en lugar de meditar, te conecta más.
Tal vez hoy no necesitas “hacer algo”, sino simplemente ser.
Porque como el río, somos movimiento.
Somos el mismo río… y al mismo tiempo, otro.
Y ahí también hay bienestar:
en aceptar que cambiamos,
que lo que nos calma también evoluciona,
y que soltar, a veces, también es cuidarse.
Y así, incluso cuidarnos se convierte en una nueva forma de no llegar.
Pero… ¿y si el verdadero autocuidado fuera dejar de hacerlo perfecto?
— Elegir la paz antes que el perfeccionismo.
— Elegir la presencia antes que la productividad.
— Elegir la verdad, incluso si no es “instagrameable”.
Estas semanas, he aprendido (otra vez) que cuidarme no es hacerlo todo bien.
Es estar conmigo, sin tantas condiciones.
A veces eso significa tomarme una infusión mirando por la ventana.
O escuchar mi cuerpo cuando me pide parar.
O escribir este post, para recordármelo también a mí.
Y tú…?
• ¿Qué parte de tu autocuidado se ha convertido en obligación?
• ¿Cuánto de lo que haces lo haces porque aún te nutre… y cuánto porque “deberías”?
• ¿Qué pasaría si cuidarte fuera más escuchar y menos exigirte?
• ¿Qué cosas haces por “bienestar” que en realidad te desconectan?
• ¿Qué pasaría si tuvieras que quitarte la capa de “estar bien” solo por hoy?
• ¿Qué pasaría si cuidarte fuera más escuchar y menos exigirte?
El bambú japonés
Dicen que el bambú japonés tarda siete años en crecer.
Durante ese tiempo, no se ve nada en la superficie.
Nada.
Pero bajo tierra, está echando raíces fuertes, profundas, preparándose para crecer alto.
Solo entonces, en unas semanas, puede llegar a crecer más de 30 metros.
El bienestar a veces es así.
No siempre se ve.
Pero se está cultivando.
Recuerda:
No todo lo que no se ve, no cuenta.
A veces lo más importante está pasando… por dentro.
Y lo que hoy no te hace bien… quizás simplemente sea porque ya no es lo que necesitas. Porque a veces el verdadero autocuidado no es hacer más.
Es soltar más.
Y recordar que no estamos en una carrera de hábitos perfectos.
Estamos en un camino humano, cíclico, imperfecto…
y profundamente honesto.
#autocuidado #bienestar #reflexión #psicología #saludmental #presencia #rutroncal
No hay comentarios:
Publicar un comentario