jueves, 27 de noviembre de 2025

El valor de pedir (y dar) 8 minutos



Estamos llegando a esa época del año en la que casi tod@s vamos con la batería parpadeando.

Ese desgaste silencioso que no sale en los KPI, pero sí en la piel, en el sueño, en la paciencia…
Y justo ahí, cuando vamos más “en reserva” que nunca, pasa algo curioso:
 escucharnos se vuelve urgente.

La semana pasada hablaba de empatía… y para empatizar… ¿qué es necesario? Escuchar.

Hace semanas volví a toparme con la regla de los 8 minutos.
La he visto circular muchas veces (Iñaki Aldaz ya habló de ello con mucha claridad hace meses), pero últimamente me resuena más.
Quizá porque, como dice Simon Sinek,
 sentirse escuchado es sentirse seguro. Y en fin de año, esa seguridad emocional escasea.

La regla es sencilla:
“¿Tienes 8 minutos?”

No para arreglar nada.
No para dar consejos.
No para iluminar el camino del otro con un PowerPoint emocional.
Solo para escuchar.
Con presencia.
Con el corazón sin prisas.

Y pienso en el vídeo “It’s not about the nail”.
En cómo nos sale —casi por impulso— resolver, señalar “el clavo”, explicar lo obvio… aunque nadie nos haya pedido nada.
Y lo lejos que nos lleva de lo que la otra persona realmente necesita
… y cómo todo cambia cuando escuchamos de verdad

Y me acordé de un cuento precioso de la tradición sufí que dice así:

Un joven preguntó al maestro por qué, si vivimos rodeados de gente, tanta gente se siente sola.
El maestro le respondió:
—Porque escuchamos con las manos en movimiento.
El joven frunció el ceño, y el maestro añadió:
—Cuando las manos se mueven, intentan corregir, señalar, arreglar.
Pero cuando las metes en los bolsillos… escuchas de verdad.

Desde que lo escuché, no dejo de darle vueltas.

¿Escucho para comprender o para responder?
¿A quién le he dado mis 8 minutos esta semana?
¿A quién se los he negado?
¿Y cuántas veces he necesitado pedirlos… pero no me he atrevido?

A final de año, cuando el cansancio se mezcla con lo que no dijimos, lo que no pedimos y lo que postergamos…
estos 8 minutos se vuelven casi medicinales.

Si te apetece profundizar, este vídeo de Simon Sinek es maravilloso como complemento: el valor de escuchar sin intentar arreglarlo todo.

Ocho minutos.
A veces eso es todo lo que necesitamos para sentirnos un poco menos solos.

Y quizá la pregunta no sea
¿a quién se los daría?,
sino
¿cuándo voy a permitirme pedirlos yo?

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